sábado, 26 de junio de 2010


Hacía poco, en un sueño, él también había apuñalado a una mujer con un cuchillo, porque su rostro desfigurado le pareció insoportable. Naturalmente todo rostro amado parecía desfigurado, alterado, cruel e irritante cuando ya no mentía, cuando callaba, cuando dormía. Entonces uno penetraba hasta el fondo y no encontraba amor, como tampoco se hallaba amor en el propio corazón, cuando se hurgaba en lo profundo. Solo había ansia de vivir y miedo, y solamente por miedo, por un estúpido e infantil miedo al frío, a la soledad, a la muerte, los hombres se buscaban, se besaban, se abrazaban, apoyaban la mejilla en la mejilla ajena, la pierna en otra pierna y echaban nuevos seres al mundo. Así era. Así se había acercado una vez a su mujer. Así, al principio de su nuevo camino había venido a él la mujer de un posadero descalza y callada en una desnuda celda de pierna, empujada por el miedo, por el ansia de vivir, por la necesidad de consuelo. Los mismos motivos le habían arrastrado hacia Teresina y a ella hacia él. Siempre la misma desilusión, el camino deseo, el mismo malentendido. Y siempre la misma desilusión, el mismo amargo sufrimiento. Se creía estar cerca de Dios y se tenía a una mujer en los brazos. ¡Se creía haber conquistado la armonía, mientras solo se había descargado la culpa y la infelicidad sobre un ser futuro! ¡Se tenía a una mujer en los brazos, se besaba su boca, se acariciaba su pecho y se engendraba con ella un niño, y un día el niño, alcanzado por el mismo destino, yacería de nuevo así al lado de una mujer, va al despertar de la embriaguez, miraría con ojos doloridos el fondo del abismo, maldiciendo al mundo y a la vida!

¡Era insoportable pensar y comprender todo esto!

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